Una fábula sobre el estalinismo
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Rebelión en la granja", George Orwell
Recuerdo que hace unos años, un escritor tan celebrado entonces como olvidado hoy -omito su nombre deliberadamente para no refrescar la memoria a nadie-, puesto a rebatirme un artículo sobre El asesinato de Trotsky (sic), la película del 72 de Jospeh Losey, apuntó que Trotski, de haberse visto en el lugar de Stalin, hubiese actuado lo mismo. Aquella afirmación fue una de las pocas que comparto con aquel enemigo al que La Parca ha llevado al ostracismo tras el infausto renombre que le procuró la vida.
Trotski, el creador del ejército rojo, fue quien se encargó personalmente de reprimir la macknovstchina, el efímero movimiento capitaneado por Néstor Mackno que hizo que el anarquismo, brevemente, dejara de ser utópico en la Ucrania de la revolución soviética. Así pues, esa supuesta fraternidad entre trotskistas y anarquistas, surgida en la Barcelona de 1937[1], durante la brutal represión contra unos y otros llevada a cabo por el PCE[2] fue meramente coyuntural. El propio Trotski definió el anarquismo como "la quinta rueda de la revolución y, a quién le hace falta una quita rueda".
Escrito lo que precede, es poco más que retórica apuntar lo que sigue: Si no fuera porque durante la Guerra Civil George Orwell combatió en una brigada trotskista, del POUM, tras la lectura de Rebelión en la granja cabría decir que en dichas páginas eleva su crítica a todo el comunismo, no sólo al estalinismo. Esa es la primera impresión que me ha inspirado el texto.
Ya hacía tiempo que tenía ganas de leer esta gran fábula sobre uno de los asuntos determinantes del siglo XX y no ha sido hasta hace unos días cuando he tenido oportunidad de hacerlo. Descubrí a Orwell en el ya lejano año 84 en la lectura -como no podía ser de otra manera- de 1984, fechado en 1948, el año del que su título era un anagrama a medias, en sus dos últimas cifras. Incluso había dado cuenta de Homenaje a Cataluña (1938) -texto que tuve en mis manos en una edición de la Transición sin decidirme a comprarlo- en los fragmentos incluidos en mi queridísima Historia de la Literatura Universal de Martín de Riquer y José María Valverde.
Tras aquellos primeros contactos, calculaba que la denuncia del estalinismo sería una cosa circunstancial, como la fraternidad entre anarquistas y trotskistas en aquel mayo barcelonés del 37, al que el escritor asistió mientras vivía los días que darían lugar a Homenaje a Cataluña. Ahora, tras la lectura de Rebelión en la granja (1945), comprendo que dicha denuncia fue el único argumento de su obra. Esa obsesión en torno a la cual gira toda la creación del verdadero autor, en Orwell fue la de dar cuenta de las atrocidades de quienes, desde el otro lado del espectro político, contrapuntearon en crueldad y crímenes a los nazis en la historia más triste del siglo XX. El resto de la obra de este inglés de vida tan breve como Rebelión en la granja -murió con 47 años-, no cuenta en opinión de Valverde y la crítica más sesuda.
Esta fábula -lo es tanto como las de Esopo, La Fontaine, Iriarte o Samaniego puesto que los animales reproducen con exactitud comportamientos humanos- sintetiza de forma meridiana los primeros años de la revolución soviética. Es más, incluso llega remontarse a la concepción misma del marxismo en la figura del Viejo Mayor, "el cerdo premiado" que alumbra el "animalismo".
Aunque Mayor no vive para ver la praxis de su teoría, sí entona por primera vez Bestias de Inglaterra, trasunto de La internacional. En efecto, es en Gran Bretaña donde se desarrolla la acción. Mas la Granja Manor es un trasunto de la Rusia soviética. La revolución en la que los animales -los oprimidos- se sublevan contra los hombres -los opresores- se produce durante una borrachera en la que a Jones, el granjero humano, se le olvida dar de comer a las bestias. Dos cerdos, Napoleón (Stalin) y Snowball (Trotski) la lideran. La toma del Palacio de Invierno es la batalla del Establo de las Vacas y las maquinaciones de los estalinistas -los cerdos- en su beneficio comienzan cuando escamotean la primera leche ordeñada bajo el orden revolucionario.
Las discusiones entre Snowball y Napoleón surgen cuando hay que llegar a los primeros acuerdos para la siembra. La guerra civil es ese intento por parte de Jones, ayudado por otros granjeros -el ejército blanco-, de retomar su granja. Aquél, que también aquí ha organizado la defensa de la Granja Animal en base a un libro sobre las campañas de César de Jones que ha leído, se enemistará con Napoleón a raíz de la construcción de un molino de viento. Se lleva a cabo una votación, Snowball la pierde y Napoleón echa sobre él a sus esbirros, unos fieros perros de presa que a su vez aluden a los de los más aguerridos sicarios de la checa.
Tras huir a la carrera, Snowball no tarda en ser quemado en efigie. Se construye el molino que el Trotski animal quería. Y las primeras purgas, donde se condena a muchos de los héroes de la Batalla del Establo de las Vacas sobrevienen. Esta última cuestión, lo de negar lo que había sido un dogma de fe hasta antes de la condena, además de una constante del estalinismo, es un recurso en los asuntos de Orwell que me ha recordado a ese fragmento de 1984 en que O'Brien pregunta a Winston mientras le tortura cuántos dedos le muestra. Cuando su víctima le responde correctamente, el torturador niega la cantidad -y con ello la evidencia- afirmando que es otra para proseguir con el suplicio.
El stajanovismo de Boxer, el caballo que se aplica en la construcción del Molino y demás trabajos pesados sin hacer preguntas, siempre presto a olvidar los mandamientos del animalismo tal y como ordena Napoleón. El coro de las ovejas -la grey por antonomasia-, cuya murga se apresta a silenciar las voces de la disidencia exactamente igual que hacen hoy las trovas castristas y demás asociaciones musicales en la Cuba de nuestros días, que se ponen a cantar para silenciar los gritos de los disidentes cuando se manifiestan en la calle.... Todo es, en fin, un trasunto del estalinismo y sus prácticas.
Ya asentado en el poder, Napoleón, que contravino el primero de los mandamientos al mandar matar al primer animal, contraviene el último al caminar sobre dos patas -a imitación de los hombres- y asociarse con ellos. Unas bestias son más iguales que otras, sostiene ahora al volver sobre ese principio de igualdad entre los animales que inspiró el origen de su movimiento. Si señor, el pacto de Napoleón con sus antiguos enemigos simboliza el de Stalin con algunos países capitalistas y aquel efímero pacto de no agresión germano-soviético, que firmó con Hitler en 1939 y que hoy todo el mundo parece haber olvidado.
De ahí que más que la fábula en sí me haya sorprendido el prefacio del propio Orwell a la primera edición, la de 1945. Bajo el título de La libertad de prensa da noticia de la prohibición de la que fue objeto el texto en Inglaterra de 1943, en base a la alianza británica con la Unión Soviética en la lucha contra el nazismo. Concebido en 1937, a buen seguro tras ser testigo de la brutal represión puesta en marcha por el PCE contra anarquistas y trotskistas en el mayo barcelonés, cuando finalmente estuvo redactado, la guerra en la que rusos y británicos aunaban esfuerzos -en cuyos primeros años Inglaterra luchó por su propia supervivencia, apunta brillantemente Orwell- aconsejó su prohibición. No vio la luz hasta el cese de las hostilidades. Para entonces, Orwell ya había dejado el POUM y, sencillamente, era anticomunista. Incluso en esa negativa, que sufrió el texto en la democrática Inglaterra, he ido a ver ciertas concomitancias con la complicidad de la izquierda -toda la izquierda en mayor o menor media- con el estalinismo. Ese estalinismo que han exaltado tantos poetas tan celebrados hace unos días.
Si condenamos a los fascistas sin juzgarlos, acabaremos por matar a quienes no son fascistas, sostiene Orwell en ese lúcido prólogo, recordando toda la brutalidad de los estalinistas españoles -al dictado de sus amos soviéticos- en la Barcelona del 37.
[1] Los sucesos de mayo de 1937, Javier Memba Unidad Editorial (Madrid, 2005).
[2] Del estalinismo meridiano del PCE viene a dar prueba, de forma irrefutable, el hecho de cuando a Stalin le hace falta un asesino para matar a Trotski lo busca entre las filas de los comunistas españoles: Ramón Mercader.
Publicado el 23 de febrero de 2011 a las 02:30.